domingo, 15 de febrero de 2009

Llueve en Florianópolis


Luis Pastor y Bebe cantan “Lluvia de mayo”.

No sé en qué “puerto de mar” o en qué “estación de metro” estos dos extremeños encontraron la inspiración para cantar a la lluvia de mayo y no a la de abril. No sé en qué lahares sintieron, pensaron, escribieron y cantaron esta lluvia, pero bien podría haber sido en Florianópolis.

En esta isla no sólo llueve en mayo, también hay agua mil en abril y siempre sobre mojado. El cielo aquí es de lana, llueve hoy y llueve mañana…

Llegué en septiembre con paraguas en mano y sigo en febrero teniendo en la mano un paraguas. Siempre hay alguien que dice que no es normal tanta lluvia, que dentro de poco dejará de llover, pero yo a estas “caladas” he dejado de creer. Lo cierto es que sigo mirando al cielo y me sigo mojando.

Hace un par de semanas compré una entrada para un festival de música. En el anverso estaba escrito: “los conciertos tendrán lugar con o sin lluvia”. Si no fuera así, en esta isla habría solo lluvia, pero aquí hay música con lluvia, playa con lluvia, paseos con lluvia, vida con lluvia…

Escribo pronto “con o sin lluvia”.

Antonia

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hasta hace tres días, desde que el sol se ha asomado en Aveiro, escuchaba continuamente “Nao só o único a olhar o céu”, de Xutos y Pontapés. Al leer tu entrada, veo cuánta verdad encierra esa frase. Aveiro y Florianópolis bien podrían estar hermanadas por su clima imprevisible y por la persistencia de las nubes. Los aveirenses siempre afirman que el año en cuestión es excepcional: viento, frío o lluvia en proporciones insólitas para mí. Sigo sin entender por qué tengo tres paraguas y siempre me mojo, cómo cada estación puede traer más sorpresas y más días nublados. Quizás la mejor banda sonora de Aveiro son las “Cuatro estaciones” de Vivaldi vividas cada día.

Anónimo dijo...

No es fácil acostumbrarse a un cielo que llora todo el tiempo... si además está gris, eso produce más tristeza.
Es entonces cuando te das cuenta de lo mucho que añoras ver el sol, y sobre todo ese sol nuestro de España, que reluce, brilla y es de verdad...
Pero también gracias a ese extrañar el sol, nos damos cuenta de cuánta belleza hay en la lluvia, que nos moja y nos limpia, parece que se llevara todo lo feo... yo he tenido que descubrir la belleza en la niebla, que hace que todo sea mágicamente irreal.
Debe ser una de las leyes de la vida, el ir encontrando lo bonito en cosas ajenas hasta ahora a nosotros. Por eso, quizá, al descubrir la lluvia de mayo, Luis Pastor y Bebe decidieron cantarle. Seguramente bastaron unas gotas, un día cualquiera en todo el mes, para darse cuenta de que en mayo también puede llover.

Escribe pronto, sí... a pesar de la lluvia, pues se te echa de menos.

Mil abrazos, no mojados, pero sí mágicamente desdibujados,
Cris

Anónimo dijo...

Agua de despedida

Me despedí de la isla en un día de playa con lluvia ¿O fue en un día de lluvia en la playa? Me iría de Brasil y acabaría sin saber que era más común en la isla: si los días de playa o los días de lluvia. La ciudad despertaba en una mañana de verano realmente gris, sorprendida, como si para ella eso fuese algo excepcional. Yo sabía que no era así, y pensé con resignación: “En Floripa llueve un día sí y otro también”. Salí de casa con la compañía de un cielo que anunciaba lluvia, en el que tímidos rayos de sol, quizá los más atrevidos, arañaban las nubes, dejando algo de esperanza para los que queríamos disfrutar de un día de playa. Puse mucha fe, y cogiendo la esperanza del brazo, me fui, decidido, hacia el sur, dispuesto a aprovechar al máximo mi último día en tierras brasileñas. Llegué a una praia do Matadeiro repleta de gente, con un mar gélido propio del invierno más crudo y un viento infantil que jugaba a estropear, aún más si eso era posible, el día a los (no pocos) valerosos bañistas que se habían acercado hasta este rincón de la isla. La lluvia no quería ser menos que el viento ni que el mar y celosa se encargó de demostrar a todos que seria nuestra fiel compañera a lo largo de la jornada. Aguanté estoicamente las primeras gotas que se descolgaban de las nubes que cubrían todo el cielo. La textura de algodón de los bellos cúmulos que a primera hora de la mañana despuntaban por el horizonte desapareció por completo, dando paso a un inmenso techo “azul oscuro casi negro” que casi podía tocar con la punta de los dedos. Poco más tarde, la lluvia se tornó más intensa y persistente. Los bañistas miraban al cielo, desafiándolo, y preguntándose, o preguntándole, si eso iba a durar por mucho tiempo. Paró por unos minutos. De repente, toda la gente entró en un estado de euforia colectiva y rápidamente volvió a extender sus pareos y a armar sus sillas y hamacas. La bonanza duró poco. La lluvia reapareció decidida a apoderarse del día, anunciando a todo el mundo que ella era la dueña y señora de la isla. Me fui de vuelta a casa con la cabeza baja y el alma a rastras. Mi último día en Florianópolis acababa de la misma manera que empezó esta aventura cuatro meses atrás: lloviendo sobre mojado.