lunes, 16 de febrero de 2009

Saltos


De vez en cuando, una palabra del portugués salta y rescata voces de un pueblo del norte de Cáceres entre las que crecí. Entonces, entiendo mejor de dónde nace mi curiosidad por esta lengua que se me está convirtiendo en una segunda piel con imperfecciones. Una de esas palabras es “calcanhar”. Cuando la aprendí, me imaginaba a un Aquiles pueblerino, con olor a lumbre, al tiempo que escuchaba a mi abuela diciendo “ya debes tener la comida en los calcañales”. Otra, la encontré en mi manual de portugués: “estar gordo como un texugo”, comparación estereotipada nada ajena para mí (gordo como un tejón), a pesar de que pocas veces he llegado a escucharla en Portugal (cosas de manuales). No me es difícil, cuando oigo “milho”, recordar con nitidez cómo transcurría la vida de puertas para afuera en la calle Guindal. Vecinos sentados en sillas bajas, desgranando maíz sin prisas, conversaciones lentas y bien sostenidas.
Por estas y otras muchas razones, el portugués es un idioma afectivo que desdibuja mis fronteras. A veces, pongo nuevas palabras portuguesas en un lado y la balanza se inclina hacia el de la memoria y a una variedad de español. Curioso. Aunque, como dice García Márquez: “¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a beso?”.


Beatriz

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